Podría decirse que desde la muerte
de Fernando III (1252) hasta los Reyes Católicos (finales del s. XV) la
historia de la Corona de Castilla es una sucesión casi sin fin de
guerras civiles. Este oscuro y largo periodo comenzó en la fase final
del reinado de Alfonso X “El Sabio” (1252-1284), debido a las rebeliones
nobiliarias y a las ambiciones de sus hijos.
Descendencia de Alfonso X el Sabio
En 1275 murió Fernando de la Cerda, el heredero, lo que creó un caos
sucesorio debido a los cambios legislativos introducidos por Alfonso.
Las dudas del rey entre los distintos candidatos llegaron a plantear una
división de la Corona, lo que no hizo más que aumentar el desconcierto y
el descontento. Sancho (futuro Sancho IV), su hijo segundogénito,
apoyado por muchos familiares, casi toda la nobleza y las ciudades, se
rebeló contra él. Alfonso X se vio obligado a huir al sur de la
Península, y se sometió a la humillación de entregar su corona a los
moros a cambio de su ayuda militar. Cuando empezaba a recuperarse
militarmente frente a su hijo, le sorprendió la muerte en 1284, si bien
en enero de ese mismo año dejó unas disposiciones testamentarias en las
que desheredaba a Sancho y repartía sus territorios entre distintos
herederos, aunque con la condición de que prestaran vasallaje a su nieto
Alfonso de la Cerda (hijo de Fernando).
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Escudo de Juan I de León |
Este testamento no se respetó, y las cosas no mejoraron durante el
reinado de Sancho IV (1284-1295). Entre otras cosas, este rey tuvo que
hacer frente a las rebeliones de su hermano Juan, que es el verdadero
protagonista de esta entrada. El infante Juan en principio había formado
parte de las filas de Sancho durante la guerra civil contra su padre
Alfonso, pero pasado un tiempo se arrepintió y obtuvo el perdón paterno,
cambiando de bando y llegando a dirigir varios ejércitos de su padre. A
partir de la muerte de Alfonso X se dedicó a complicar todo lo posible
la vida de su hermano, conspirando desde Portugal y Marruecos. Se puso
al servicio del rey de Fez y en 1294 atacó la ciudad de Tarifa, que
estaba defendida por Alonso Pérez de Guzmán, que posteriormente sería
conocido como “Guzmán el Bueno”: allí tuvo lugar el famoso episodio en
el que las tropas moras y el infante don Juan exigieron la rendición de
la plaza, o de lo contrario ejecutarían al hijo de Alonso, al que tenían
prisionero. Éste se negó a ello, e incluso les arrojó una daga para que
cumplieran su amenaza, cosa que hicieron, cortándole la cabeza y
lanzándola dentro de Tarifa con una catapulta. De todas formas, los
asaltantes no pudieron hacerse con la plaza, así que Juan se retiró al
reino moro de Granada para seguir conspirando contra su hermano Sancho
IV, quien falleció poco después, en la primavera de 1295, dejando como
sucesor a su hijo Fernando IV, que sólo tenía diez años y que estaba
bajo la tutela de su madre, la famosa María de Molina.
María de Molina presenta a su hijo Fernando IV en las Cortes de Valladolid de 1295. |
Estos hechos provocaron que aumentara la inestabilidad de la Corona, con
toda una serie de pretendientes al trono, porque además del propio don
Juan también apareció en escena Alfonso de la Cerda, el mencionado hijo
de Fernando de la Cerda, y nieto por tanto de Alfonso X. Tío y sobrino
acordaron en 1296 repartirse la Corona, correspondiendo León (con
Galicia, Asturias, León, Extremadura y Sevilla) a Juan, y Castilla a
Alfonso. Todos estos movimientos resultaron muy atractivos para los
reinos de Aragón y Portugal, que intentaron sacar tajada aliándose con
los dos pretendientes en su lucha contra Fernando IV. El rey de Aragón
envió un ejército comandado por Pedro, su hijo menor, que fue devastando
todo lo que encontraban a su paso, y que se reunió con don Juan en la
ciudad de León. Allí, según la Crónica de los Reyes de Castilla, el
infante “llamóse rey de León é de Galicia é de Sevilla”, es
decir, se proclamó rey de la Corona leonesa con el nombre de Juan I.
Después los aliados se dirigieron a Sahagún, donde proclamaron rey de
Castilla a Alfonso de la Cerda (“llamaron y á don Alfonso, fijo del infante don Fernando, rey de Castilla, é de Toledo, é de Córdoba, é de Murcia é de Jahen”).
En esa villa planearon que su siguiente paso sería tomar Burgos, pero
finalmente Juan convenció a los coaligados de la conveniencia de atacar
Mayorga. Juntos cercaron la villa durante todo el verano, e incluso el
rey de Portugal se dirigió hacia allí para ayudarles, pero durante ese
tiempo sufrieron la peste. Una de las víctimas mortales fue el infante
aragonés: sus tropas recogieron su cuerpo y regresaron a Aragón, por lo
que Juan y Alfonso abandonaron el cerco y fueron a Salamanca al
encuentro de Dionisio I, el rey de Portugal, para convencerlo de atacar
Valladolid, donde se encontraban Fernando IV y su madre. El portugués
accedió, pero la diplomacia de María de Molina y las deserciones de
algunos nobles le hicieron desistir y regresó a su reino.
Don Juan volvió a León, y la reina regente propuso a sus nobles que
asediaran la ciudad, pero ellos se opusieron, así que tuvo que
contentarse con cercar la villa de Paredes, donde estaba doña María, “mujer del infante don Juan, que se llamaba reina de León”.
Dicen las crónicas que las huestes agresoras no ponían mucho empeño en
tomar la villa, a pesar de que dispusieron de todo tipo de máquinas de
guerra. Además, la regente también tuvo que sufrir deserciones como la
del gallego Fernando Rodríguez de Castro, que se pasó a las filas de don
Juan, por lo que finalmente levantaron el sitio y regresaron a
Valladolid. A pesar de este revés, María de Molina demostró una vez más
sus grandes dotes diplomáticas al lograr que el rey de Portugal aceptase
el matrimonio de Fernando IV con su hija Constanza, con lo que los
portugueses abandonaron el partido de Juan de León y comenzaron a apoyar
militarmente a Fernando IV y a su madre. Con esta ayuda invadieron los
territorios de Juan I, quien se vio recluido en la capital leonesa.
Tanto Juan como su sobrino Alfonso comenzaron a aplicar la guerra
económica, falsificando moneda en grandes cantidades para perjudicar al
bando realista. Don Juan la acuñó en León y en Castrotorafe, y la
Crónica de los Reyes de Castilla dice que sus monedas eran idénticas a
las de Fernando IV, pero con un valor en metal muy inferior, y que con
ellas “confondieron toda la buena moneda de este rey don Fernando, é
por esta razón toda la tierra fue en grand turbamiento, lo uno porque la
moneda non la conoscian los omes, lo otro porque pujaron las cosas á
muy gran prescio”. Sin embargo, también acuñó moneda en su nombre,
pues existen decenas de ejemplares con un león pasante en el reverso y
la leyenda “+I(OHAN) REX LEGIONIS/+ET LEGIONIS”. Es decir, tenemos la
constancia de que Juan se consideró rey de León con todas las de la ley,
llegando al atrevimiento de acuñar moneda, que era un privilegio
reservado a la realeza (aunque lo podía delegar en monasterios u
obispados).
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Moneda de Juan I de León. |
La reina María de Molina quiso seguir azuzando al rey portugués contra
Juan I de León, pero Dionisio no se mostró de acuerdo y maniobró todo lo
que pudo en secreto para que su antiguo aliado mantuviera el reino de
León y Galicia. Al enterarse de ello, María se reunió con los
representantes de los concejos de las diferentes villas y ciudades, y
les expuso su oposición a aceptar esta división de la Corona. Logró
convencerlos, y a la vista de ello Dionisio I renunció a sus planes y
regresó a Portugal. El bando realista sufrió más amenazas de deserciones
(sobre todo por parte de gallegos y asturianos), pero la reina supo
apagar estos fuegos con promesas y la concesión de privilegios y villas a
los nobles implicados.
El infante Enrique, otro hijo de Alfonso X, aunque era tutor de su
sobrino Fernando IV y, por tanto, uno de los puntales del partido
realista, en ocasiones navegó entre dos aguas, y llegó a animar a
Zamora, Salamanca, Benavente, Mayorga y Villalpando que se pasaran al
bando de Juan I.
En abril del año 1300 se convocaron cortes en la ciudad de Valladolid, a
las que acudieron el mayordomo y al canciller de Juan I: tras unas
cortas negociaciones, y cumpliendo el mandado de su señor, acordaron que
don Juan renunciaría a la corona leonesa y que reconocería a su sobrino
Fernando IV como su legítimo rey. Finalizaba así el intento más serio
que hubo de volver a partir la Corona de Castilla, y con él el último
(corto) periodo en el que León fue reino independiente (1296-1300). Aún
así, las cortes del año siguiente se hicieron por separado (“por guardarse de pelea”), reuniéndose las ciudades castellanas en Burgos, y las leonesas en Zamora.
El infante don Juan siguió siendo protagonista de los acontecimientos
posteriores de la Corona de Castilla hasta su muerte frente a los moros
en la Vega de Granada en 1319. Parece que fue sepultado en la Catedral
de Burgos, si bien en 1310 había estipulado que debía ser enterrado en
la Catedral de Astorga, e incluso concedió algunos privilegios a esta
última para alojar su cadáver. Es un asunto que no está nada claro, y
aunque su tumba está más o menos identificada en la capital castellana,
hay historiadores que defienden que en realidad está enterrado en la
ciudad asturicense.
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