Cuando la luna se posiciona en lo mas alto de la noche, iluminando el
cielo en su inmensidad, empieza mi transformación. No, no soy un vampiro
ni un hombre lobo, mi cualidad es mucho mas mortal aunque proviene de
los mismos dioses. Las letras fluyen por mis venas, colapsan mi
torrente sanguíneo, me hacen convulsionar, temblar, gritar hasta caer
desmayado. De repente de la nada, despierto en un lugar frío,
tenebroso, inhóspito, arrullado tan solo por la luz de la luna, esencia
inmortal. Entonces el arte fluye, se apodera una vez mas de mi, y como
la noche anterior y la que vendrá en 24 horas, solo existe papel,
lapicero e inspiración.
La luna comienza a ocultarse, y aparecen los primeros rayos de sol rasgando el horizonte. En ese momento se que es el momento de irme. Quisiera quedarme allí, pero conozco las reglas; debo alejarme al iniciar el día, y volver solo cuando la luna marque el tiempo de mi regreso. Serán solo unas horas en la tierra de los mortales, pero una eternidad en mi isla inmortal.
Entonces la transformación comienza de nuevo: Las letras vuelven a
invadirme sin dejar una sola vena libre. Viajan a la velocidad de la luz
por todo mi cuerpo hasta llegar a mi pecho y desmayo. Abro los ojos y
ya ha amanecido. Estoy en la tierra de los mortales. Pienso que todo ha
sido un sueño, pero en ese momento observo a mi lado el lápiz y el
papel, y con ellos todas las letras que he plasmado en la noche
anterior. Así transcurre mi vida, de día en el mundo común, de noche en
aquel paraíso inmortal que llaman poesía.
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